Algunos días, mi cuerpo habla antes de que yo esté preparado para escuchar. Mi equilibrio se tambalea, mis movimientos se agudizan, mi habla tarda más en formarse. Vivir con la enfermedad de Huntington significa que no son días malos al azar, son señales. Mensajes silenciosos que dicen: "Te estás agotando. Es hora de hacer una pausa.
El cuidado personal no es un lujo. No es un baño ocasional a la luz de las velas o una siesta robada por la tarde, aunque pueden ayudar. Un verdadero restablecimiento es una interrupción intencionada del ritmo que he estado llevando, una oportunidad para reparar el desgaste antes de que se convierta en una espiral plagada de síntomas.
Durante años, me resistí a esta verdad. Pensaba que descansar era rendirse. Quería demostrar que podía seguir, seguir produciendo, seguir apareciendo. Pero resistir ignorando la fatiga, ignorando los pequeños cambios en los síntomas, sólo me hacía más vulnerable. Cuanto más luchaba contra las necesidades de mi cuerpo, más fuertes se hacían los síntomas.
He aprendido que los primeros signos de agotamiento suelen aparecer en mi estado de ánimo. Me vuelvo impaciente, sensible, fácilmente resentida. Las peticiones que normalmente no me molestarían de repente me parecen abrumadoras. Ese desgaste emocional se filtra en mis síntomas de EH, los movimientos se vuelven menos coordinados, el habla menos fluida. Ahora, me tomo esos cambios en serio. Significan que he estado derramando más de lo que he estado rellenando. Un reinicio comienza con gracia: permiso para parar, para decir no, para descansar sin explicaciones.
Otras veces, los primeros signos son físicos. Puedo parecer torpe y cansada. He aprendido que "aguantar" no ayuda. Lo que ayuda es recurrir a prácticas reparadoras. Estirarme suavemente, escuchar música o cerrar los ojos para echarme una siesta a mediodía sin sentirme culpable.
Mi entorno también puede contar la historia. Cuando se acumula el desorden, la ropa sucia, el correo sin abrir, los proyectos a medio terminar, mi ansiedad aumenta y mi energía decae. Parte de mi restablecimiento consiste en recuperar mi entorno. Incluso pequeños esfuerzos, como recoger la mesa o poner flores frescas, indican a mi cerebro que mi espacio es seguro y tranquilo, no otra fuente de estrés.
La nutrición y la hidratación son igual de vitales. Saltarse comidas o tomar tentempiés procesados puede ser fácil, pero los efectos son casi inmediatos: pierdo el equilibrio, se me nubla el cerebro y decae mi estado de ánimo. Reajustar significa bajar el ritmo lo suficiente como para preparar una comida nutritiva: verduras de colores, proteínas magras, cereales integrales. Trato el agua como un cuidado, no como una tarea, porque mi cuerpo la necesita para funcionar bien.
Un reset también consiste en acallar al crítico interior que se alimenta de la comparación. Es fácil lamentarse por lo que solía hacer sin esfuerzo. Pero la vergüenza drena una energía que no puedo permitirme perder. Durante un restablecimiento, me hablo a mí mismo como lo haría con un amigo: Lo estás haciendo lo mejor que puedes. Puedes ir más despacio. No tienes que ganarte la atención.
Las mejores pausas son preventivas. No tengo que llegar al punto de ruptura para hacer una pausa. He empezado a controlar regularmente mi estado emocional, físico y mental para detectar el agotamiento a tiempo. Si noto que aumenta la tensión o que mis movimientos se vuelven más pesados, me adapto: reprogramo una salida, reservo un día para la tranquilidad o practico la meditación guiada. Visualizar que estoy cerca de aguas tranquilas y de un horizonte estable me ayuda a ralentizar las prisas de mi sistema nervioso.
Vivir con la EH me ha hecho ser muy consciente de que la energía es un recurso limitado. Dónde la gasto importa. Un restablecimiento del autocuidado no consiste en hacer menos para siempre; consiste en crear espacio para que pueda dedicarme plenamente a lo que más me importa. Es una estrategia para la longevidad, no para la pereza.
Esto requiere nadar contra la corriente de una cultura que celebra la producción constante. La quietud puede parecer ociosidad al mundo exterior, pero he aprendido que es la base de mi fortaleza. En la quietud, mi sistema nervioso se recupera, mi mente se aclara y mi compasión por mí mismo y por los demás vuelve.
Cuando elijo un reset de autocuidado, estoy diciendo: Valoro mi salud por encima de mi ajetreo. Elijo la presencia sobre el rendimiento, la gracia sobre la culpa. Y cuando hago honor a esa elección, mis síntomas se alivian, mi paciencia aumenta y mi esperanza se ilumina. Mi cuerpo se estabiliza, mi mente se calma y recuerdo que cuidar de mí misma es lo más productivo que puedo hacer.
El autocuidado, especialmente con una EH, no es una ocurrencia tardía. Es el acto diario, a veces difícil, de escuchar las señales tempranas de mi cuerpo y responder con compasión. Cuando lo hago, me doy la mejor oportunidad de seguir viviendo la vida que quiero, una vida más lenta, más suave y mucho más sostenible.